La hora del desarrollo sustentable
Estamos siendo testigos de un cambio en la actitud internacional con respecto al medioambiente, la necesidad de cambiar la tendencia internacional productivista por una visión más cercana al desarrollo. Visión la cual, aunque todavía no prima, por lo menos en los foros internacionales tiene algunas voces, como se pudo observar en la cumbre del medioambiente de Copenhague, organizada por Proyect Syndicate.
Ante el problema de la visión enmarcada en la concepción de la división internacional del trabajo y la relación centro periferia, la cual lleva las industrias de alto riesgo ecológico o sus procesos más contaminantes , de los países del mundo desarrollado a los países subdesarrollados; empezamos a escuchar que es importante abordar el tema de la pobreza.
Desde el punto de vista, de la valoración económica de los activos ambientales este es un cambio de paradigma de gran importancia, si nos basándonos en la teoría Hicksiana para el cambio de bienestar tenemos dos medidas para neutralizar este cambio de situación, la variación compensatoria y la variación equivalente.
La variación compensatoria es la compensación monetaria exigida por el agente para permitir un cambio que lo perjudica, esta compensación deja al individuo en la misma curva de indiferencia de no haber existido el cambio.
La variación equivalente en cambio, es la cantidad de dinero que la persona estaría dispuesta a pagar para que no se realice el cambio.
Pues bien, la política del laizze afaire, propuesta por los países centrales llevo a niveles altísimos de consumo con la necesidad de una productividad creciente, esto acompañado con un alto costo en términos medioambientales, siguiendo en la misma línea de pensamiento la propuesta para mejorar las condiciones del ambiente es la emisión de un bono para contaminar, cap and trade, que es un cupo para emitir dióxido de carbono, cotizaría este bono y eso permitiría transar niveles de contaminación, situación que no conviene a los países en desarrollo pues dos estrategias son viables a seguir por los países ricos, la primera es llevar los procesos altamente contaminantes con subsidiarias a los países subdesarrollados, con la creación de nuevos empleos a un alto costo ambiental; la segunda es mantener las industrias estratégicas aunque contaminantes en su territorio. Ambas situaciones mantienen la relación centro periferia, manteniendo las asimetrías entre los países, en el primer caso los riesgos son corridos por las poblaciones de los países emergentes y las ganancias van a los países centrales. En el segundo caso las emisiones se mantienen constantes pues los países ricos están dispuestos a pagar para mantener las ventajas competitivas, con lo cual el riesgo ambiental es el mismo, esta política implica que hay un precio para la calidad ambiental perdida.
Pero esta visión es una parte de la historia, donde los países centrales siguen manteniendo el poder de decisión y el resto acompaña. Pues para nuestros países, con riquezas naturales; así como valoramos la tonelada de dióxido de carbono emitido, se estima que hoy debe valer aproximadamente 80 dólares, podemos estimar el valor de recuperación de una tonelada de dióxido de carbono por no talar los bosques autóctonos. Esta medida seria un serio incentivo para que los gobiernos decidan preservar las grandes áreas naturales, ya que estaría el costo de oportunidad de preservar cubierto, los fondos obtenidos destinarlos a mejorar la morbilidad con políticas de mejora medioambiental, cloacas, subsidios al desempleo, agua potable, salud para todos y educación. Medidas que llevarían a una mejor distribución del ingreso entre países, un aumento de la productividad mundial sustentable y un aumento de las expectativas de vida de los países menos favorecidos.
Ahora que el G-20 se reúne para la toma de decisiones, quizás sea el momento de buscar una distribución más justa, en un mundo globalizado.