Hacia una utilización responsable del concepto de responsabilidad social
Por Carlos Meilan
El hecho de que el RSE se haya convertido en un argumento de venta para las empresas, o en una herramienta para mejorar la imagen institucional, es algo que no debiera hacerle rasgar las vestiduras a nadie. Yendo un poco más profundo en este sentido, podría decirse que la estrategia de colocar a las empresas en el compromiso de realizar alguna política de RSE para mejorar su desarrollo, es bastante lógica e inteligente. El inconveniente, tal vez, estaría por el lado de la universalización del concepto de responsabilidad social. A este problema se le adosa el del papel del estado en todo esto. Aquellos que no adhieren a la idea de que el RSE pueda llegar a ser una posible solución para determinados problemas, lo hacen justamente aduciendo que estas cuestiones entran dentro de la orbita estatal y que son incumbencia sólo de los gobiernos nacionales o provinciales (incluyendo también los municipales). Este tipo de afirmaciones lo único que hacen es cargar de responsabilidades al estado y desligar todo tipo de participación de la sociedad civil. En el otro extremo, argüir que el estado es ineficiente para algunas cuestiones debido a problemas de corrupción o ineficiencia burocrática, otorgándole mas valor así a las iniciativas de la sociedad civil (en este caso políticas de RSE), es también cuanto menos, una idea poco feliz. Aquí se correría el riesgo de concederle al estado una posición demasiado pasiva, muy cercana a la que adoptó en los “queridos” noventa. Desde ya que esta idea, no estaría mas que revalidando, por otras vías, viejos postulados neoliberales.
Ahora bien. Si partimos de suponer que el estado cuenta con un nuevo aliado, y que las políticas de RSE que adopten las compañías pueden llegar a ser un importante paliativo para algunas cuestiones socales, qué ocurre con aquellos lugares en donde estas políticas empresariales no llegan. Estaríamos frente a cuestiones en donde el estado no podría mirar para otro lado. En
En la obra Gestión de la Complejidad[1], el Doctor Etkin realiza una interesante apreciación del papel que el estado debe desempeñar. Allí el autor describe la idea de calidad sustancial, en donde la función pública debiera desempeñarse conforme a los valores y a la ética. Es una superación a la idea de eficiencia, ya que introduce la dignidad del ser humano que está siendo asistido por el estado. Esta idea apunta directamente el flagelo del clientelismo político. De alguna manera, el autor nos está hablando de superar esta práctica que sólo degrada al individuo. La argumentación de Etkin es brillante, e intenta colocar en primer plano el ser humano. El problema es que la idea se desvanece cuando el autor intenta aclarar el concepto de lo ético. Aquí, Etkin confunde la dialéctica, con el maniqueísmo que otorga llamar a determinadas actitudes “lo bueno”, y a otras “lo malo”. En este sentido, se pretende que la ética sea un concepto compartido por todos. Así, y sin caer en el nihilismo que conduce el relativismo cultural, se advierte que la ética es un término que provoca (y ha provocado en el ámbito de la filosofía) numerosas polémicas. Desde ya que existen determinadas actitudes que de ninguna manera podría considerarse como ética; y que por otro lado, existen otras que constituyen a las claras acciones responsables y éticas. Pero entre las unas y las otras, existe un número enorme de acciones que habría que polemizar un poco, antes de colocarlas de un lado o del otro.
La discusión desatada con respecto a la asignación universal por hijo, entraría dentro de este rango de acciones. En la edición del domingo 18 de octubre del diario “Pagina
Si la economía no estuviera lo suficientemente desarrollada (tal es el caso de
Si el RSE no es algo que esté diseñado estrictamente para combatir la pobreza, si la asignación universal sería perversa y poco ética; y por último, la creación de empleo conlleva el inconveniente del ajuste de los proceso a la variable tiempo, el panorama es bastante desalentador. Resulta que toda esta combinación, es una mezcla bastante peligrosa en donde las personas que necesitan del empleo, asignación, o lo que sea que calme su penosa situación; esperan sin la oportunidad de especular demasiado sobre si lo que están recibiendo los dignifica o los degrada. Estas contrariedades suceden cuando se teoriza sin tener en cuenta las circunstancias particulares, o la problemática focal. Desde una perspectiva teórica, despojada de las vicisitudes o inconvenientes prácticos, los axiomas postulados por ambos autores son más que convincentes. Pero si a estos se le agrega una premura por parte de quienes podrían llegar a ser los beneficiarios de estos supuestos planes “perversos”, la cosa cambia radicalmente.
La idea de este artículo no es poner en tela de juicio la buena voluntad de los autores, o de todos aquellos que abogan por la dignidad del ser humano. Más aún, ¿alguien pude estar en desacuerdo con estos postulados de ética universal? Este artículo, tampoco pretende advertir sobre la peligrosidad del RSE, ya que estas políticas resultan de gran utilidad en una variada cantidad de cuestiones sociales. Tampoco, de ningún modo, se intenta expresar que la creación de fuentes de trabajo constituya una perdida de tiempo. Lo pregunta que subyace en estos fundamentos es: ¿Qué se hace en el mientras tanto? Además, poseer una actitud demasiado articulada en el plano de lo ético, puede ocasionar una traba importante a la hora de beneficiar a quienes lo necesitan. Por otro lado, qué tipo de ética es la que no permite que algunas personas puedan acceder a determinados bienes -en este caso a una asignación, pero podría ser también a una vivienda o cualquier otro tipo de cosas-. Cabe aclarar que la nota de Agis no hace tanto hincapié en lo moral, pero si deja de lado la cuestión tiempo, que es lo que precisamente no sobra en estos casos.