CRISIS FINANCIERA MUNDIAL 1

Temas de debate: El papel de los organismos financieros multilaterales

¿Qué FMI necesita la Argentina?

La crisis internacional puso en tela de juicio el rol del Fondo Monetario, que no supo prever la debacle y en algunos países la profundizó con sus recetas ortodoxas. Los especialistas formulan propuestas para reformar el organismo.

Dejar atrás la ortodoxia

Por Noemí Brenta *

Argentina necesita un FMI de propósito claro, beneficioso para todos los países miembro, y cumplido con responsabilidad y coherencia. Un FMI que vele por la estabilidad monetaria internacional, que principalmente es la de las divisas clave: el dólar, el euro, el yen, la libra y el yuan. Un FMI que, como integrante del sistema de las Naciones Unidas, trabaje “con el propósito de crear las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, promoviendo niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social”. Así define la Carta de la ONU el rol de los organismos creados para fomentar la cooperación económica internacional: el FMI y el Banco Mundial.
Argentina necesita un FMI libre de la influencia política de cualquier país o sector, y especialmente independiente de aquellos países o sectores que por su tamaño y poder pueden afectar las condiciones globales, exportando sus crisis, su desempleo, su irresponsabilidad o sus pérdidas al resto del mundo. Un FMI basado en una teoría económica unificada y creíble, y no en modelos fragmentados, que intimidan a los legos, pero a menudo son triviales y mutuamente contradictorios. Como los que se usan para evaluar los programas económicos de los países solicitantes de préstamos, que siempre asumen pleno empleo y un crecimiento económico excesivamente optimista, que caerá como maná del cielo. Así, a juicio del FMI, siempre es posible ajustar más, disminuir salarios reales, aumentar impuestos, pagar más intereses, casi ilimitadamente.
El G-20 reafirmó, días atrás, el rol central del FMI como foro de consultas multilaterales, de cooperación en temas monetarios y financieros y de promoción de la estabilidad internacional. Incluir lo financiero en las competencias del organismo –hasta ahora limitadas a los tipos de cambio– amplía sus facultades para supervisar las economías de sus miembros. En la práctica, ¿influirá esto realmente en el comportamiento monetario y financiero de los países grandes, capaces de desestabilizar la economía mundial; o más bien tenderá a reducir la autonomía de la política económica de los países periféricos, y sus posibilidades de acotar los movimientos de los volátiles capitales de corto plazo?
El G-20 también instó a ampliar la exigua capacidad prestable del FMI y a crear una línea de préstamos de desembolso rápido y montos elevados, para países con programas económicos “sólidos” (léase “neoliberales”). Estos, hoy son los más vulnerables por su exposición a la salida de capitales, la quiebra de bancos, la devaluación de sus monedas previamente apreciadas; y la recesión. Además, el FMI alienta a estos mismos países a tomar deuda externa para implementar medidas reactivantes, arma de doble filo, porque cuando las tasas de interés vuelvan a aumentar podrían encontrarse atrapados en una deuda gigantesca, que mermaría seriamente su soberanía económica y política e hipotecaría su crecimiento por décadas. Igualito que la Argentina desde fines de los ’70.
Además, el aumento de los recursos del FMI es mucho menos espectacular y muchísimo más lento que lo anunciado, Sólo los préstamos bilaterales son de acceso inmediato, como el de Japón, de febrero, y los más recientes de Suiza y Canadá. Para incrementar el fondeo de otras fuentes se requieren largos procesos de aprobación legislativa en los respectivos estados. Es difícil que los parlamentos de los países desarrollados aprueben prestar al FMI, cuando sus tesoros están en bancarrota. Por otra parte, una nueva y significativa emisión de DEG luce remota, ya que la dispuesta en 1997 aun no se concretó, debido a que el Congreso de los Estados Unidos –país con poder de veto sobre ciertas decisiones del FMI– no ratificó esta enmienda, ni mira con simpatía aumentar los aportes a los organismos internacionales, y mucho menos adoptar medidas que debiliten al dólar como moneda clave de reserva de los bancos centrales, como son los derechos especiales de giro.
A pesar de su retórica remozada, el FMI no cambió. Basta mirar las condiciones de los acuerdos de Islandia, o cualquiera de los países de Europa del Este, como Letonia, que redujo el 15 por ciento el salario de los empleados públicos; Hungría, que suprimió el aguinaldo, después de rebajar las jubilaciones. O Ucrania, que debe garantizar superávit fiscal primario, en medio de una caída del producto bruto de dos dígitos. O El Salvador, que firmó un clásico acuerdo ortodoxo antes de las elecciones para garantizar la continuidad del programa económico y de la dolarización. Más de lo mismo. Restricción fiscal, restricción monetaria, recorte de salarios reales y programas sociales, aumento de impuestos y tarifas públicas, profundizar la apertura comercial y financiera, recesión. Los préstamos del FMI continúan siendo catalizadores, condicionados a conseguir más fondos del sector privado. Este no es el FMI que Argentina necesita. En síntesis, Argentina necesita un FMI que cumpla su mandato de asegurar la estabilidad del escenario monetario y financiero para las relaciones internacionales. Lo mismo necesita el mundo, pero las perspectivas de lograrlo son remotas.


* Economista.